El troll, ese que a todos nos tocó sufrir en un momento u otro, en un foro u otro, rebate (rebate aparente, puesto que utiliza un discurso paralelo) adoptando, a sabiendas, la literalidad de la sinécdoque, que alguien haya tenido a bien utilizar para ilustrar una explicación.
Aisla esa literalidad, generalmente un término, lo despersonaliza, lo adorna, lo rodea de nueva parafernalia y crea una nueva narrativa.
Utiliza palabras parecidas a las de partida, pero distan años luz en cuanto a significado.
Con una técnica de tirabuzón, adereza, cual croqueta, su alimento: la discusión vacua, la palabrería sin ton ni son, la confusión del otro, la perplejidad de todos.
Destroza así toda lógica argumental. Convierte su discurso en irrebatible: no se puede discutir lo que no tiene ni pies ni cabeza.
Consigue centrar el debate en otra cosa nueva acaba de crear, SU COSA, que carece del significado inicial, que carece de todo significado en realidad.
Pero acaba recibiendo réplica, lo que le refuerza la continuidad del sinsentido.
Recuerda: el troll bien entrenado, siempre gana.
La única defensa es ignorarlo.
Don’t feed the Troll